sábado, 19 de septiembre de 2009

Norman Borlaug muere a los 95 años

El 12 de Septiembre pasado murió Norman Borlaug, a la venerable edad de 95 años. Este insigne científico tiene el enorme mérito de estar en el reducido grupo de personas que han salvado más vidas en la historia de la Tierra, y contribuido a elevar el nivel de vida y expectativa de vida de las personas



Junto a grandes benefactores de la humanidad como Louis Pasteur, Edward Jenner, Alexander Fleming, Jonas Salk, Albert Sabin, Thomas Midgley, y otros pocos, Norman Borlaug será recordado como la persona que más hizo en el campo de la agricultura para producir especies vegetales de mayor resistencia y rendimiento, contribuyendo a un notable aumento de la provisión de alimentos para los países más necesitados, y una reducción en los costos de producción y los precios de los mismos.Además logró la incorporación de nutrientes y vitaminas a especies que carecían de ellos como el 'arroz de oro', que tiene el potencial de impedir que un millón de niños queden ciegos cada año por deficiencia en su dieta.Los ecologistas ven que esto como un 'dramático' avance de la tecnología porque para ellos ha sido un verdadero drama el espectáculo de la desaparición del fantasma de las hambrunas y el aumento de la población mundial. Norman Borlaug ha sido el peor enemigo que el Club de Roma pudo haber imaginado. El Club de Roma ha sido y sigue siendo enemigo de los benefactores de la humanidad.
Norman Borlaug fue el padre de la "revolución verde", por sus investigaciones sobre el trigo iniciadas en la década de 1940 y sobre otras especies de granos; recibió la Medalla de la Libertad del gobierno de Estados Unidos, y en 1970 se le otorgó el Premio Nobel de la Paz, merecido como muy pocas personas. Que Nobel de la Paz de Al Gore pueda ser comparado con Borlaug no sólo es ridículo sino un insulto a su memoria y a la de Alfred Nobel.En el sitio Wikipedia se puede acceder a una aceptable aunque breve biografía:
Norman Ernest Borlaug: Nacido en Cresco, Iowa, Estados Unidos, 25 de marzo de 1914 - 12 de septiembre de 2009, es considerado por muchos el padre de la agricultura moderna y de la revolución verde. Sus esfuerzos en los años 1960 para introducir las semillas híbridas a la producción agrícola en Pakistán e India evitó que millones de personas murieran de hambre. Premio Nobel de la Paz en 1970.Hijo de pequeños agricultores, cursó estudios primarios y secundarios en su pueblo, para luego ingresar en la Universidad de Minnesota, durante la Gran Depresión. Allí costeó su educación desempeñando diversos trabajos. Obtuvo su diplomatura en ciencias forestales en 1937. Continuó sus estudios en Minnesota y en 1941 obtuvo su licenciatura y en 1942 su doctorado, ambos en fitopatología, bajo la dirección del Dr. E.C. Stackman, uno de los creadores del programa cooperativo entre la Secretaría de Agicultura mexicana y la Fundación Rockefeller (la antigua Oficina de Asuntos Especiales).
En 1944, fue a trabajar a México, como fitopatólogo asociado a dicho programa. Luego en 1945, se traslada al estado mexicano de Sonora y específicamente al Valle del Yaqui, en donde estudió trigos, royas y prácticas agronómicas.En los primeros años del programa, Borlaug y sus compañeros de trabajo enfocaron sus esfuerzos en controlar las royas que de tarde en tarde destruían los trigales mexicanos. Las primeras variedades resistentes a las royas -Kentana, Yaqui, Mayo (planta)- se lanzaron en 1948. A la vez se experimentaron y difundieron nuevas prácticas agronómicas.Después de que México alcanzara la autosuficiencia en trigo, en 1956, el grupo de científicos que participó con él en Sonora obtuvo un logro de enorme de trascendencia: el desarrollo de variedades enanas de trigo, de alto rendimiento, amplia adaptación, resistentes a enfermedades y con alta calidad industrial, sembradas por primera vez en 1962. Con estas variedades, México incrementó notablemente su producción. En poco tiempo, muchos países como India, Pakistán, Turquía, Túnez, España, Argentina, China, se beneficiaron de las nuevas variedades y de la tecnología desarrollada en México.
Norman Borlaug ha ganado el Premio Nobel de la Paz, así como los reconocimientos más altos que a un civil se le puede dar en los EE. UU. Incluso ganó el reconocimiento más alto que la India le otorga a civiles que no son ciudadanos de esa nación y eso sin contar innumerables premios, medallas y honores más en todo el mundo.
Nuestro más sentido homenaje a este Grande de la Humanidad.

Por: Eduardo Ferreyra

viernes, 11 de septiembre de 2009

Los productores pueden alimentar al mundo


Mejores semillas y fertilizantes, y no mitos románticos, les permitirá lograrlo.

Por Norman Borlaug.


A principio de este mes, en L’Aquila, Italia, un poblado pequeño recientemente devastado por un terremoto, los líderes de los países que integran el G-8 prometieron entregar US$ 20.000 millones en tres años para promover la inversión agropecuaria que ayudará a los productores de escasos recursos a acceder a herramientas como mejores semillas y fertilizantes, y ayudar a las naciones pobres a alimentarse.


Para los que hemos pasado nuestras vidas trabajando en la agricultura, concentrarnos en producir alimentos en vez de regalarlos representa un avance importantísimo. Con las herramientas correctas, los productores han mostrado una asombrosa habilidad de proporcionar alimentos para sí mismos y para otras personas, y poner en marcha el motor económico que revertirá el ciclo de la pobreza crónica.


Además, escapar de la pobreza ofrece la oportunidad de lograr una mayor estabilidad política también en esos países.Pero del mismo modo en que cambió el suelo debajo de la comunidad italiana de L’Aquila, también cambió el panorama político en otras partes del mundo, impartiendo dudas infundadas sobre las herramientas agrícolas obtenidas a través de la ciencia moderna como, por ejemplo, el maíz biotecnológico en algunas regiones de Europa. Aun aquí, algunos elementos de la cultura popular romantizan los antiguos métodos ineficientes de producción y evitan los fertilizantes y pesticidas, argumentando que EEUU debería empezar a producir alimentos orgánicos únicamente. Las personas deberían poder comprar alimentos orgánicos si así lo desean y disponer de medios financieros para ello, pero no a costa del hambre del mundo (25.000 personas mueren por día como consecuencia de la desnutrición).


Lamentablemente, estas distracciones nos alejan del objetivo principal. Tengamos en cuenta que a la productividad agrícola actual le llevó 10.000 años alcanzar la producción de apenas 6.000 millones de toneladas bruto de alimentos por año. En la actualidad, casi 7.000 millones de personas consumen casi la totalidad de esa provisión en un año. Tenga en cuenta la prosperidad en crecimiento y las casi 3.000 millones de bocas nuevas que alimentar para 2050, y rápidamente verá que los cálculos más crudos sugieren que dentro de los próximas cuatro décadas, los productores de todo el mundo tendrán que duplicar su producción.Probablemente, deberán alcanzar esta proeza en superficies cada vez menores y ante las demandas ambientales que se susciten como consecuencia del cambio climático. De hecho, este mes el Comité de Oxford de Lucha contra el Hambre (Oxfam) publicó un estudio que concluye que los diferentes efectos del cambio climático podrían “revertir 50 años de trabajo para poner fin la pobreza extrema,” generando “la tragedia humana más definida de este siglo”.En este momento de necesidad crítica, el epicentro de nuestro trabajo colectivo debería centrarse en impulsar inversiones continuadas por parte de los sectores público y privado en tecnologías eficientes de producción agrícola.


Las inversiones como las anunciadas por los líderes del G-8 probablemente ayuden a facilitar el acceso a herramientas, como fertilizantes, semillas híbridas que han sido utilizados durante décadas en los países desarrollados, para los pequeños productores en lugares remotos como África, con el potencial de alcanzar un impacto notable y deliberado.Dicha inversión no continuará motivando nuevos y novedosos descubrimientos, como variedades de semillas tolerantes a la sequía, resistentes a los insectos o de mayor rendimiento que avanzan aún más rápidamente. Para lograrlo, los gobiernos deben tomar decisiones acerca del acceso a nuevas tecnologías, como el desarrollo de organismos genéticamente modificados –basados en la ciencia– y no fomentar más agendas políticas. Los mercados abiertos estimularán la inversión continuada, la innovación y los nuevos desarrollos por parte de las instituciones públicas de investigación, las compañías privadas y las sociedades públicas/privadas nuevas.Ya podemos ver el constante valor de estas inversiones simplemente observando las ganancias de productividad de doble dígito que derivan del maíz y la soja en gran parte del mundo desarrollado. En EE. UU. la productividad del maíz ha crecido más del 40% y la soja en casi el 30% desde 1987 hasta 2007, mientras que el trigo ha quedado atrás, aumentando solamente en un 19% durante el mismo período.


La falta de inversiones significativas en arroz y trigo, dos de los cultivos básicos más importantes en la producción de alimentos para una población mundial en permanente crecimiento, es desafortunada y de poca visión. Ha mantenido la productividad de estos dos cultivos básicos en casi los mismos niveles observados a fin de los años de la década de 1960 y al final de la “revolución verde”, que ayudó a México y a India a dejar de ser importadores de granos para convertirse en exportadores.Aquí también, la base parece cambiar lentamente en la dirección correcta, debido a las recientes inversiones privadas en trigo y las sociedades públicas/privadas en maíz para que África vuelva a ingresar al mercado. Estas inversiones y colaboraciones son fundamentales en nuestra búsqueda por alcanzar ganancias de productividad altamente necesarias en arroz y trigo para beneficiar a los productores de todo el mundo y, por último, a los que confiamos en ellos para producir los alimentos que consumimos todos los días.


De la historia, una cosa es cierta: la civilización tal como la conocemos no podría haber evolucionado, ni podría sobrevivir, sin un adecuado suministro de alimentos. De modo similar, la civilización que nuestros hijos, nietos y las futuras generaciones conocerán no evolucionará sin acelerar el paso de la inversión y la innovación en la producción agrícola.


Por Norman E. Borlaug, profesor de la Universidad A&M de Texas, ganador del Premio Nóbel de la Paz 1970 por su contribución en lo relacionado al suministro mundial de alimentos. Fuente: Wall Street Journal